La indignación en los países árabes


Los acontecimientos de Túnez han sido la chispa que encendió la revolución en los países árabes.

En diciembre de 2010, un hombre tunecino de 26 años, llamado Mohamed Bouazizi, se prendió fuego públicamente en Sidi Bouzid, en protesta por las dificultades permanentes para poder desarrollar una actividad económica para subsistir. Se trataba de un joven profesional cesante (una realidad bastante extendida en esos países), que se dedicaba a vender frutas y verduras, y al que la policía había decomisado su mercadería 
reiteradamente.

Esa acción sería la gota que rebalsó el vaso para miles de jóvenes que se encontraban en la misma situación, y el aliciente para las masivas protestas ciudadanas que llevaron a la dimisión de Ben Ali tras 23 años de gobierno dictatorial.




Esos acontecimientos han tenido un fuerte eco en toda la región, particularmente en Egipto, donde la presión de la población logró la dimisión del dictador Hosni Mubarak. Más de dos semanas de multitudinarias manifestaciones en la emblemática Plaza Tarhir, y otros lugares del país, doblegaron la fuerte resistencia del gobierno y conmovieron al mundo entero.

En otros países de la zona las movilizaciones han sido menores, pero de todas maneras su impacto, más la influencia de lo acontecido en Túnez y Egipto, ha llevado a algunos gobiernos a buscar la flexibilización de sus regímenes a punta de reformas que frenen un posible estallido general que termine haciendo caer su poder.




En Libia, las revueltas han dado paso a una fuertísima represión del régimen de Muamar Gadafi, que ha llevado a una sangrienta guerra civil. 

Sin embargo, el espíritu general en la zona ha sido de deslegitimizar la violencia como forma de resolución de los conflictos.

Otro aspecto destacable, es que han sido los jóvenes los impulsores de la rebelión, y que se plantea que este proceso de cambios debe tener su correlato mundial, dado que se trata de problemas globales.

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